Ayşe
Refugio
Nadie me enseñó a soñar así, pero hoy lo he vuelto a hacer. Mi inconsciente se entremezcla con mis pensamientos y llega de forma cautivadora para recordarme que aún palpito. Aquí, me gusta cerrar los ojos y pensar que estoy en otro lugar. Es así como lo hago. Un lugar que nunca he habitado, pero al que sé que pertenezco. Hoy incluso le he puesto un nombre, Elpis, como la última diosa.
Y es que solo puedo vivir soñando.
Impacto
Ni siquiera sé qué hora es, si es de noche o de día, o si el aire que respiro es suficiente para quedarse en este espacio. Tampoco sé los días que han pasado desde el primer temblor —recuerdo que de niña yo también temblaba— . El polvo ha secado mis labios y apenas puedo hablar —a mi boca siempre le ha costado pronunciarse— . Mi cuerpo sigue inmóvil porque mis huesos se han partido con estos bloques, pero él ya conoce el dolor. El único recuerdo patente que tengo es de cuando sentí el peso de la lámpara de mi habitación en mi pecho —similar al de las cargas de mi vida— .
Creo que quiero seguir soñando. Quiero seguir soñando.
Rescate
Escucho voces a lo lejos. Los vocablos, irreconocibles para mí, auguran algo de certidumbre y despiertan mis ganas de lucha. En realidad, solo hacen ruido, pero me están llamando, lo intuyo.
Si me encuentran, tal vez pueda buscar el brillo de aquel lugar.
Zona cero.
Así, sí. Ahora sí. Abro los ojos. Empiezo de nuevo.
#Historiasdemujeres
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