Mi isla- Historias de un viaje

Hoy voy a compartir un relato que escribí para el concurso #historiasdeunviaje de Zenda libros en julio de 2020. Para mí es un relato muy especial porque habla de mi isla, La Palma, y como ya he mencionado en otras ocasiones, La Palma ha sido la inspiración en muchos de mis trabajos.

"Es una isla mágica, llena de secretos, con códigos ocultos a los que hay que prestar atención” (J.J Armas Marcelo.)

Deseo que lo disfruten tanto como yo lo hice al escribirlo.


Mi isla

Quería volver allí una vez más.  

–Son tiempos inciertos –les dije –. Ese será un buen lugar para volver a conectar. 

Desde que supe que podíamos viajar de nuevo, no lo dudé ni un segundo.  

–Volveremos a mi isla –anuncié abriendo los ojos como si el mundo también se hubiera abierto para nosotros. Y de alguna forma, así era. 

La isla donde nací tenía muchos rincones preciosos que me apetecía visitar. Yo sentía que en muchos de ellos podría encontrar retazos de mi infancia y huellas de mi gente. Quería verlos todos, volver sobre mis pasos. Quería recordar. Durante los meses anteriores a mi viaje, había aprendido a valorar los recuerdos. 

No nos quedaríamos por mucho tiempo, así que debía elegir muy bien. Entre todos esos lugares que quería visitar, había uno que yo consideraba realmente especial. Era como un imán para mí, me atraía tanto su fuerza que no podía dejar de pensar en él. Decidimos acampar en ese fascinante lugar. Ciertamente era la mejor manera de disfrutar de aquella maravilla de la naturaleza. Hacía tanto tiempo que todo me parecía más hermoso que la última vez. Me sentía como en el cielo, el mismo que refugió a Tanausú en su lucha. El mismo que aquel día nos refugiaba a nosotros.  

–Las cicatrices son hermosas –mencioné mientras caminaba por aquella impresionante hendidura en la tierra –. Siempre tienen algo que contar.

El paisaje, que confluía entre espectaculares montañas y bellos riachuelos, guiaba nuestros pies y agudizaba nuestros sentidos.  

–El aire es más puro aquí mamá –me dijo mi hija como si lo echara de menos. 

Les expliqué que estábamos caminando por una caldera, que geográficamente significa que en algún momento la tierra se había dejado vencer por la lava del volcán hundiéndose ante su poder.    

–Las luchas siempre dejan huella –confesé. 

A lo largo del camino fui comprendiendo que aquel paisaje tenía algo más que poder y luchas, ese lugar estaba repleto de magia, y se podía sentir en cada paso.  

–Hay muchas historias aquí –les revelé –tantas que la tierra quisiera contártelas a gritos.

Cuando llegamos a uno de los riachuelos, quise parar. El sonido del agua parecía que me susurraba.  

–Quiero bañarme aquí –exclamé emocionada. 

Sumergirme en sus aguas de nuevo fue una sensación muy especial, sentí que nada malo podía sucederme. Desde muy pequeña había escuchado que si te bañabas en sus cristalinas aguas, era como volver a nacer. Invité a mis hijos a bañarse conmigo. Estaba tan conmovida por lo que aquel lugar me hacía sentir que quería compartirlo. Hacía tanto tiempo que no sentíamos la naturaleza que poder hacerlo era todo un regalo. Y allí estábamos, disfrutando de la sensación de sentir el agua fría de las montañas en nuestra piel, ajenos al tiempo que habíamos pasado confinados. Bañada por sus aguas y envuelta por el aroma de sus árboles empecé a comprender que la magia no está solo en los lugares a los que vas. 

Cuando volvimos del viaje, el cielo parecía tener un color diferente. Algo en mí había cambiado. Entonces, recordé el cielo de mi isla y sonreí. 


                                                                                                               Lorena G.P

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