Relato- Un cuento con mucha luz

Hoy comparto un nuevo relato que presento al concurso de Zenda libros #unaNavidaddiferente. Deseo que lo disfruten tanto como yo lo hago al escribirlo.

Un cuento con mucha luz

24 de diciembre. Medianoche. Mia salió al balcón y se llenó de luz. Destellos de todos los tamaños y colores inundaban el aire. Mia se quedó tan embelesada mirando su intensidad y movimiento, que durante unos segundos, olvidó quién era. Cuando su mente quiso conectar de nuevo, se dio cuenta de que las luces provenían de todas las ventanas y balcones de la calle, y eran tan puras y brillantes, que iluminaban hasta el más oscuro rincón de la ciudad. Aquella noche incluso la luna tenía un tono diferente.


Su curiosidad por aquel hecho tan extraordinario, le hizo quedarse un rato más en el balcón a pesar del frío. Siguió observando y se dio cuenta de algo increíble. No eran las luces de Navidad las que relucían con esa belleza, sino que eran sus propios vecinos los que las producían. «Personas que brillan, es imposible», pensó. Al principio creyó que se trataba de un efecto óptico originado por la mezcla de tanta luz en su retina, así que cerró los ojos por un momento y los volvió a abrir. Miró primero a la ventana que tenía enfrente y vio como a su vecino le salía luz de las manos. Volvió a mirar bien, pensando que quizás la sidra que se había tomado durante la cena tenía algo que ver, pero no fue así. Las manos del vecino esparcían un color dorado absolutamente precioso e indescriptible. Mia se quedó perpleja ante tal descubrimiento. Era impensable lo que estaba presenciando. Decidió entonces dirigir la mirada al primer balcón de su izquierda, y vio como una familia proyectaba un haz de luz dulce, pero a la vez potente, que hacía que cada vez que ellos se movían, se reflejase en el aire durante un rato. Después miró hacia arriba. La vecina del ático que estaba sentada en una silla, emitía con su cuerpo delicadas luces de mil colores. «Esto no es real», se decía una y otra vez. Siguió mirando para asegurarse de que la ilusión de pasar una noche diferente, no le estuviera mostrando gigantes en vez de molinos. «Estar en casa mucho tiempo pasa factura», pensó. En la ventana del segundo piso de su derecha, vivía una amiga suya. La conocía desde hacía dos años y nunca había visto que le saliera ni el más mínimo resplandor. Se fijó más que nunca en su figura y se dedicó a observar durante un rato; cuando su vecina se dio cuenta de que la miraba,  levantó su manos para saludar a Mia y le dedicó una sonrisa. Entonces su amiga empezó a esparcir tanta luz, que Mía se quedó petrificada. Estaba presenciando algo inaudito para los ojos de cualquiera, y aún más para los de ella;  justamente era el año en el que Mia había dejado de creer en cualquier cosa que no fuese la seria realidad que estaba viviendo. Si le hubiera pasado cualquier otro año, quizás hubiera pensado que era posible, pero aquel año... aquel no. Mil preguntas pasaban por su cabeza:  «¿Sabrán mis vecinos que brillan así?, ¿son ellos realmente?, ¿qué les pasa a mis ojos?, ¿por qué no había visto nunca antes esa luz en mi amiga?».


Con tantas emociones vividas desde el balcón, decidió entrar a casa para meditar sobre lo que había sucedido. «No entiendo nada...¿qué ha pasado esta noche?».  Quizás existía un lenguaje lumínico que ella desconocía y por alguna razón, ese día lo había descubierto. Luego empezó a  pensar que cuando lo contara, nadie lo creería, que eran cosas imposibles de aceptar, y que a  fin de cuentas, la realidad seguía siendo la misma, igual de dura e igual de plena, tanto como su consciencia. Al final, llegó a la conclusión de que era mejor mantener el secreto de lo que había visto aquel día, y con esa idea se quedó dormida.


 A la mañana siguiente, un poco antes del amanecer, Mia se despertó por un resplandor que le llegó hasta sus ojos; miró a la ventana, pero apenas llegaba la suave luz del alba, así que no era eso lo que había hecho que despertara. Volvió a cerrar los ojos como lo hizo en el balcón, y al abrirlos de nuevo, descubrió que era su cuerpo el que desprendía una luz blanca y tranquila que parecía hablarle con cada destello. Entonces, Mia, que pensaba que ya no había nada en ella, empezó a creer de nuevo. Al fin y al cabo, ella también brillaba.


Para muchos escépticos esta historia puede que no tenga ningún sentido, pero les aseguro que para Mia, lo tuvo todo. Aquel día, nuestra protagonista descubrió que no hay luces sin sombras, que la realidad no se cambia, pero se amolda, que las personas tienen más poder del que ven sus ojos, y que todos, absolutamente todos, tienen siempre algo de luz. Pero claro, aunque ahora te lo cuente, no podrás creerme nunca si no sales al balcón. 


Lorena G. P.

Comentarios

Entradas populares